Alaska, Neacola mountain

Minuto 0. Doug acelera el motor de la avioneta, y millones de agujas de hielo se estrellan en mi cara, gafas y cabellos. El estruendo es aún mayor cuando por fin despega de la superficie del glaciar y se eleva casi en la vertical de las paredes que tengo en frente. 

Me dejan sólo, en el centro del circo glaciar de unas de las ramificaciones de este amasijo de hielo llamado North Fork. En el interior de las Neacola Mountain, en Alaska.

El interior de Neacola

Minuto 1. El espacio reducido de la avioneta obliga a Doug a realizar varios viajes, por si no regresan, dicen, me dejan algo de comida y la tienda, graciosos..

El sol abrasa mi cara, mientras, con pausada tranquilidad, bebo las latas de cerveza que Doug me ha dejado para que la espera sea menos larga. Sentado, observo mi alrededor, las avalanchas caen, en cuando en cuando, por las paredes de enfrente. Escucho el redetir de la nieve que me rodea, lentamente giro la cabeza e intento refugiarme de este bastardo sol. Miro a la nieve que tengo entre las piernas, y con las manos, esculpo mil y una formas de montañas inescalables. Escucho un ruido sobre mi cabeza, e intento averiguar de dónde provienen. Una bandada de Barnaclas Canadienses se relevan rápidamente para no perder su formación en el vuelo.

Con terrible lentitud, regreso mi cabeza a mi penoso estado, al momento vuelvo a mirar hacia el horizonte, y con la vista clavada en el mar de montañas, lo reconozco, sí, estoy borracho.

Día de exploración

Minuto 15. Mi huesudo culo hace equilibrios, entre los restos de basura, bombonas de gas vacías y arrugadas latas de cerveza, para no entrar en contacto con la fría superficie blanca. De esta forma, he creado un “cómodo” asiento para poder observar lo que me rodea.

Al rato, me levanto y en cuatro tras pies, avanzo unos metros. “En que estado se encuentra la nieve!”, pienso – mentira, aún continúo hebrio-.

Una larga meada calma la paz interior que se veía truncada hasta el momento, y con una sacudida y un ligero movimiento de cadera, hago el resto, para que todo regrese a su estado normal. Giro sobre mis botas, y regreso a mi asiento.

Y es, en este momento, borracho, calmado y a cientos de kilómetros de cualquier ser humano, cuando disfruto de mi soledad.

Ascendiendo a la «M»

Minuto 20. Desde pequeño me ha gustado la soledad, me ha gustado más escuchar que hablar, me ha gustado más las montañas que las personas. Es por ello, pienso, que he tenido poco éxito en los grupos sociales, al igual que para encontrar gente que me acepten como soy. Y de alguna manera, soy el partícipe de una lenta desertización, en lo que se refiere a la amistad.

Desde pequeño he sido muy ambicioso, siempre me han gustado los retos, los objetivos personales difíciles, y he sido muy perseverante hasta conseguirlos. A veces, demasiado.

Estos defectos, o cualidades, han sido una mezcla explosiva de satisfacción y desamparo personal.

Neacola

Minuto 25. El espejo blanco refleja el sol abrasador, e intento refugiar las latas de cerveza que aún conservo, enterradas en la nieve al amparo de mi propia sombra.

El silencio es abrumador. Levanto la mirada y observo la montaña que hemos ascendido esta mañana, que opinara la gente: será difícil, será expuesta, será larga, alta. A quién coño le importa, es preciosa.

En que nos hemos convertido, porque basarlo todo en cifras, alturas, dificultades. En cuanto se cuantifican las vivencias, los sentimientos, las emociones.

En una de las diferentes cumbres que ascendimos con esquís

Minuto 30. Los seis primeros días en el interior de estas montañas fueron muy difíciles, no físicamente, sino psicológicamente. Seis días de mal tiempo, seis días encerrados, atrapados, en el interior de la tienda.

Viento, frío y nieve eran nuestros compañeros, la sonda era testigo de la acumulación del manto nivoso, y cuando este, llego a los dos metros de espesor, el sol por fin apareció.

Antes habíamos realizado un día de prospección, un día de descubrimiento, y que día!. Las oportunidades de escalar eran casi infinitas, corredores, goulottes, crestas, paredes, nos rodeaban.

Al tercer día de estar atrapados en la tienda, y hartos ya de partidas de cartas a mil puntos, decidimos hacer un ataque suicida con los esquís a una montaña. Mala idea, lo del ataque suicida resultó casi un echo, y abandonamos donde la verticalidad de la nieve desafiaba a la gravedad.

En plena tempestad

Pero el día que apareció el sol, estábamos preparados. Sin duda no podíamos hacer nada de lo que nos planteamos aquel día de exploración, la nieve acumulada era altamente inestable y cualquier corredor o pala de aproximación eran peligrosos.

Pero ya habíamos visto una pequeña aguja, en donde sin exponernos demasiado a las avalanchas, podríamos escalar. Como todo en esta vida, al final, las cosas más pequeñas, más insignificantes, te acaban sorprendiendo. Mucho esfuerzo nos costó escalar esta aguja, pero al final llegamos a lo alto.

“Aguja Ulises” la llamamos, nombre del hijo fallecido de uno de los pocos amigos que aún conservo. Pacific Warrior, sin duda, la vía de acceso a la cumbre de esta aguja se tenía que llamar así. Ulises, era un guerrero que luchaba por su vida con tan solo seis meses de vida.

Minuto 45. El dolor se transforma en insoportable, me levanto he intento ordenar mi asiento. Intento descubrir quién es el responsable de perturbar mi tranquilidad, mis recuerdos. Maldita lata!, la aniquilo con un desmesurado pisotón, ayudado por mi estado de embriaguez y las pesadas botas de esquí que llevo puestas.

Como un niño aburrido en el portal de su casa, apoyo mis codos sobre mis rodillas, y dejo caer mi pesada cabeza entre mis manos. Las cervezas se han terminado, al menos en el interior de las latas.

Minuto 50. Al día siguiente de la escalada de la Aguja Ulises, decidimos descender a lo largo de 15 kilómetros por el glaciar north Fork. Atrás dejamos buenas oportunidades de escalar, pero que habrá allá abajo. La intriga y el afán de conocer puede con nosotros (durante este viaje a las Neacola mountain me he preguntado muchas veces que habrá detrás de esa montaña, de ese collado).

Descenso por el glaciar

Las avalanchas nos acompañaron durante todo el camino, recordándonos que las montañas, aún,se tienen que despojar del vestido blanco de estos días atrás.

Tuvimos tres días más de buen tiempo, de buena climatología. Tiempo que aprovechamos para ascender varias cumbres con nuestros esquís, y escalar otra montaña preciosa, que bautizamos con el nombre de la “M”.

Minuto 60. Intranquilo me revuelvo en mi asiento, ya ha pasado tiempo desde que semarcharan, las nubes que anuncian cambio en la meteorología se acerca por momentos, y el volcán Redoubt, para colmo, levanta terribles nubes de cenizas a tan sólo 60 kilómetros de donde me encuentro.

Volcán Redoubt

De nuevo observo mi alrededor, esta vez me centro en el hueco que ha dejado nuestras tienda en la nieve. Debajo de una espesa nieve blanca se encuentran depositadas las cenizas del volcán. Las cenizas de la erupción de hace tres semanas, cuando todo era negro en vez de blanco.

Por un momento me imagino huyendo con mi pulka a un lugar remoto, solitario, donde poder cobijarme de la tempestad de cenizas y del bombardeo de piedras. Y donde casualmente, han encontrado resguardo dos preciosas Inuits…je!, maldita cerveza.

Minuto 70. Los momentos vividos son relativos, y dependiendo del enfoque que le demos, podemos pasar de la normalidad a lo anormal, y viceversa.

Así pues podría ser normal que en tan sólo un día, maten los cazadores en estas montañas treinta osos, cifra que se aproxima a la mitad del total que pueblan nuestra península. O que en Siberia nos viéramos envueltos en una persecución de un lobo, sin duda para matarlo y despellejarlo (acción truncada por la astucia de este animal). O a comer un Urugallo (especie muy protegida en España) como Don Pelayo en su exilio en los Picos de Europa.

También se podría tomar como algo normal que a una persona le guste la cerveza, y que más o menos, asiduamente, le plazca saborear en el paladar el amargo de su cuerpo. Pero yo no soy de esas personas, a mi no me gusta la cerveza, soy más de fanta naranja. Mi cuerpo en busca de sabores diferentes, de agua libre de “polvos hidratantes”, ha arremetido contra las latas, y que ritmo!

Como he dicho, los momentos vividos son relativos.

Collado de descenso

Minuto 80La elevada temperatura a la que me someten las radiaciones solares no hacen más que empeorar mi situación, y en vez en cuando me pregunto, ¿Dónde estarán mis amigos?

Los amigos deberían ser para siempre, es tan difícil congeniar con las personas, que cuando al fin encuentras un grupo variopinto en donde amoldarte, te acostumbras, y no piensas más que en el pasado (los buenos y malos ratos vividos) y en el futuro (tantos planes…). Pero es en el presente en donde, sin darte cuenta, puedes perder todo.

La muerte, que nos depara a todos, es algo que se asume y con la que vives toda tú vida, pues ya se sabe, desde que naces estás muerto. Con la muerte con la que a veces no puedes vivir, es con la muerte del presente, ese presente que a muchos se le olvida disfrutar. Está con nosotros cuando le pisamos más de la cuenta al coche al entrar en la curva, cuando te adentras en las entrañas de una gran pared o cuando progresas por un gran chupón de hielo… Algunos salen airosos de muchas batallas, otros no.

Cuando una persona te da la noticia del fallecimiento de un amigo desaparece de un golpe el futuro, los planes, la ilusión. Tan sólo te queda el presente, y es, en este presente, cuando eres capaz de saborear cada segundo como si fueran horas, es, desgraciadamente, el presente al que nadie se lo olvida vivir.

El 2007 fue duro para mí, el teléfono sonó por dos veces para comunicarme lo anteriormente descrito, dos amigos, dos compañeros. 

La «M»

Minuto 90. El partido por fin parce que va a tocar su fin, el sonido de la avioneta de Doug se escucha entre las montañas. Rápidamente me incorporo, e intento preparar todo para un veloz embarque.

Cuando la aceleración hace que mi cuerpo retroceda, siento un terrible mareo, que afortunadamente, desaparece al visualizar por las ventanillas de la avioneta el mar de montañas que forman la cordillera de la Neacola.

Absorto en el paisaje reflexiono sobre mi borrachera, supongo que como todas, no tendrá ni pies ni cabeza, o a lo mejor, como decía el Chule: “Los borrachos y los niños nunca mienten”.

Montañas Neacola

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