Nunca me ha gustado el verano, obviando los datos meteorológicos y climáticos que todos conocemos que tampoco me agradan, me proporcionaba instantes que no eran muy agradables para mí. Y aunque a priori pareciera que andaba disfrutando al máximo de mis largas estancias fuera de casa, no era así.

Y esta contradicción, entre querer y no querer, enturbiaban los meses más cálidos. Puesto que para mí era muy duro dejar durante tanto tiempo la compañía y el calor que me aportaban las cosas y las personas «cotidianas», más aún, cuando este periodo no era de ocio. Si no laboral.
Y si, hablo en pasado.

El verano pasado fue el primer verano en muchísimo tiempo, tendría que hacer memoria y números para recordar, que he pasado junto a los que me quieren. El primer verano que he dejado de ir a la montaña por mi profesión y he ido por mi ocio y bienestar.
Uno de los últimos veranos que pasé fuera, algunos meses, fue el de 2015. En este verano fui a Yosemite.
Un sueño que se hacía realidad gracias a mi profesión y a las ganas e ilusión de Rubén, la persona que me acompañaba. Pocas veces he topado con alguna persona tan tenaz y perseverante. Y si alguna vez tuve dudas de que este proyecto llegara a buen puerto, en algún momento al principio de conocernos, pronto se disiparon al ver su evolución.

Pero una vez más, no podía ser de otra manera, el momento era agridulce. Ese año estaba sumergido en un proceso interno, que ha durado varios años más, de reconstrucción. Como todos sabemos, para reconstruir primero hay que destruir.
Este proceso me mermaba psicológicamente, hacía que se tambalearan pilares fundamentales de mi persona y mi ser. A todo esto se le juntaba los problemas médicos de un familiar muy cercano y todo lo que había construido durante años a mi alrededor se desmoronaba lentamente.

Lo único que quería era esconderme en un oscuro y profundo agujero y lamer mis heridas. Pero no, ahí estábamos sentados en un avión destino a los Ángeles, con la responsabilidad de cerrar con seguridad un proyecto, para una persona involucrada y emocionada por cumplir su sueño, en una pared de 1000 metros, de los cuales tendría que escalar de primero todos y cada uno de ellos. Un esfuerzo no sólo psicológico, si no también físico, pues mayoritariamente los petates los iza el que se encuentra en la parte superior.
La Triple Directa es la combinación de tres vías en el Capitán, la primera parte de Salathe para continuar por la vía Muir y llegar a la cumbre por la Nose.
La parte baja de Salathe es la más escalabe, bueno en realidad todo es escalabe si se tiene el nivel ya que la dificultad de la ruta es 8b, pero hablo de un nivel normalito. Me recordaba más al Pico de la Miel en la Cabrera que ha Yosemite.
La parte de la vía Muir es un poco recia, tiene algunos largos de artificial de bastante trabajo. Se podría decir que son la clave de la combinación.
Se desemboca en la Nose unos largos antes del famoso techo y aquí también se puede combinar bastante el libre con el artificial.


Durante los cuatro días que pasamos en el interior de esta inmensa muralla rocosa solo tengo buenos recuerdos. Y la verdad es que no sé como pudo ser, pues ya sabéis en el estado que me encontraba. Cada vez que sentía como el cansancio físico y psicológico me invadían intentaba bloquearlo, hasta que llegó el día en el que descansé a la sombra del famoso Pino de la cumbre.
Una preciosa actividad que ha dejado mella y que siempre recordaré como un proceso de aprendizaje, reflexión y superación.
