Por: Curro González y Carmen Marchena, sobreescalada.com
Nos costó mucho arrancar en nuestro itinerario esta vez. Las altas temperaturas de este verano y la falta de esperanza al consultar diferentes webs de meteorología, tanto en el descenso de las mismas como su invariabilidad miraras al Norte, Sur, Este u Oeste, junto con tener que separarnos de nuestros peludos perrunos y gatunos, generaban en nosotros grandes dosis de bloqueo y desgana. Escalar vuelve imposible, esquiar ni hablemos, así que después de darle varias vueltas, nos decidimos por sacar nuestros kayaks para lo que realmente estaban diseñados, el mar…. Y como Curro nunca había navegado por aguas cantábricas y las temperaturas no parecían sobrepasar los 23ºC, nos decidimos por Santander.

Hacía ya demasiado tiempo, desde la última vez que nos embarcamos en nuestros Qajaq de mar, tanto, que no recordábamos con exactitud cuál fue nuestra última actividad con ellos. ¿Fue en el Mar? ¿Fue en el pantano del Atazar?.
De esta forma, en estos atípicos días vacacionales a pesar de que el cuerpo nos ha pedido relax, nos propusimos realizar las actividades con nuestros queridos y apreciados «Ana la Guindilla» y «Prudencio».

Y aunque el nombre aportado pudiera acarrear confusión al lector, no se trataba de actividades realizadas en compañía de un numeroso grupo de amistades, los nombres hacen referencia al apodo que les pusimos Oli y yo a nuestros Qajaq de mar.
El Qajaq Isla de Sardinia de Oli (Ana la Guindilla) es una estrecha y esbelta embarcación con una línea espectacular, combina dos colores: el rojo y el blanco. Es nervioso e inestable, pero cuando te haces a él, no hay otro que navegue igual. Poca estabilidad primaria, pero perfecta estabilidad secundaria. El único problemilla es embarcar en una bañera tan estrecha, donde siempre, sin excepción acabas por dejarte la piel de las tibias. Eso si, una vez dentro La guindilla y Oli, son una.

Mi Qajaq Viking (Prudencio) y de aquí su nombre, tiene las líneas un poco más acusadas, esto le da más lentitud en la navegación y a la reacción en las maniobras, pero le aporta estabilidad en casi cualquier tipo de mar, combina el naranja y el negro.

Y luego estamos nosotros, Oli y yo, compañeros infatigables de mil y una aventuras, practicantes de infinidad de deportes, aprendices de todos…
Bahía de Santander
Teníamos muchas ganas de navegar en el Mar Cantábrico, sobradamente sabíamos la fama que tienen estas aguas en lo que a la navegación se refiere, pero veníamos de las costas Gallegas y su Océano Atlántico, tampoco debería de haber demasiada diferencia, ¿no?. Ya en costas gallegas tuvimos que superar algún que otro pequeño sustillo y también su gran mar de fondo.
Reflexionando sobre estos días, nos percatamos de que quizá las actividades propuestas no sean referentes o representativas a lo que el Mar Cantábrico se refiere, pues aunque asomamos nuestras proas a mar abierto en algunas ocasiones, nos refugiamos más en las bahías y rías de las zonas, para combatir el mal tiempo reinante, sobre todo en referencia a las olas y el viento.
Lo primero que nos resultó llamativo al llegar a la zona fue el gentío que transitaba por las calles, playas y aguas del lugar. Acostumbrados a parajes algo más solitarios, este hecho irónicamente nos resultó molesto, así que tratamos en todo momento de alejarnos de las multitudes (algo imposible).

Comenzamos la travesía en Pedreña al otro lado de Santander, de esta forma evitamos el transitado puerto y nos refugiamos algo más, del peligroso tráfico de embarcaciones de gran eslora.
Las travesías de Qajaq más clásicas de la zona consisten en circunvalar las islas que se encuentran (aún en el refugio de la bahía) en las inmediaciones del punto de salida; El Islote de la Corbera, se encuentra ubicado justo en frente del peculiar y pintoresco Palacio de la Magdalena y la Isla de Santa Marina (de mayor tamaño), que está ubicado en el lado contrario, y algo más alejado que el anterior.

Si valoramos más la tranquilidad que el recorrido, nos podemos refugiar en el interior de la bahía, e ir al encuentro de la colonia de Cisnes que habita por aquellos lares o transitar por las inmediaciones de las Dunas del Puntal y el Estuario del Miera en la Ría de Cubas.
Un recorrido tranquilo y lleno de paz, que sirvió para retomar el contacto con nuestras embarcaciones, palas groenlandesas y el mar…

Santoña, Monte Buciero
Otra ruta clásica de la zona, con diferentes alternativas, tanto en el recorrido, como en el embarco y desembarco.
Transitar por las encrespadas costas del Monte Buciero en Qajaq de mar es un concurrido trayecto que muchos se embarcan a realizar, la gran mayoría de las personas, normalmente comienzan desde las playas de Santoña para llegar al conocido y turístico Faro del Caballo, una vez te alejas de este punto, la soledad y el mar de fondo como único compañero, está garantizada.

Nuestro objetivo era llegar a la playa de Berria, donde ya sabíamos que no podríamos desembarcar por el oleaje, pero que en cualquier caso queríamos ver desde «dentro». A medida que fuimos alejándonos del Faro del Caballo y adentrándonos en esa «soledad sonora», el mar no nos lo ponía fácil, las olas crecían y el cielo se volvía cada vez más oscuro y siniestro. Recordando que la previsión iba a peor en cuanto a viento, olas y altura de las mismas en las siguientes horas, tomamos la decisión de virar nuestros kayaks de regreso…



Si lo que queremos es circunvalar el monte Buciero, deberíamos de embarcar en la citada Playa surfista de Berria, para más tarde acceder a las inmediaciones del punto de inicio (habrá que andar unos 200 metros) a través de las marismas de Bengoa. Una maravillosa actividad que requiere marea alta para transitar por la marisma, una altura de olas y un periodo acorde al nivel del Kayakista en el embarque en la playa de Berria, y un dominio de las técnicas de navegación y seguridad para la travesía (normalmente mar de fondo).


Ría de Mogro y Playa Valdearenas
Atrevida y variada travesía en la que podemos disfrutar de diferentes paisajes: zona de rivera, dunas y mar abierto.
Es fundamental estudiar el estado de la mar antes de emprender la salida a mar abierto, ya que dependiendo de éste, puede llegar a resultar realmente complejo.
La noche había sido lluviosa y el amanecer húmedo, pequeños visitantes se dejaron «deslizar» por nuestros kayaks durante el desayuno, susurrando así como de pasada que la cosa no se iba a poner fácil.

Mientras navegábamos por la apacible y tranquila ría, escuchábamos al otro lado (del lado de la playa a mar abierto) el rugir incansable del mar bravío, así que nos imaginamos un escenario cuanto menos, complicado. Al fondo podíamos ver ya el puntal de arena que daba acceso a un «pasillo» que nos llevaría a un mar abierto que cada vez rugía más fuerte. Nos asomamos detrás de la punta de arena, costeando el «pasillo» se hubiera dejado hacer seguro que tras mucho susto, pero las enormes olas al fondo y al doblar el cabo se tornaban imposibles para nuestro nivel. Decidimos así desembarcar en las dunas y ver lo que realmente rugía detrás desde tierra firme… Nos quedamos un buen rato en silencio, dejándonos empapar por la lluvia y el poder de las olas, intentamos entrever pasillos por los que salir, pero sinceramente, todos de una forma u otra se cerraban sin vuelta atrás. Incluso los surfistas parecían no animarse. Yo, la que suscribe este pequeño párrafo, eché de menos a muchos de esos sabios y viejos lobos de kayak de mar de los que me he rodeado a veces para que me dijeran si eso era o no posible, pero no estaban, así que los dos decidimos que no podíamos seguir. Las olas eran altísimas, rompían al fondo y también en la orilla, por todas partes!!


Además, no veíamos sentido exponernos a la situación que podría ser factible si no te queda otra, pero para tener que regresar por el mismo lugar a las dos horas o menos sabiendo que aquello iría a peor… «no lo veo», «no lo veo». Volvimos, resignados, con la mirada atrás, «y si…y si…» a nuestros kayaks, pero sabiendo que era lo más sensato.

Así que nos conformamos con jugar un rato con las olas en el estrechamiento de la Punta Rosco y transitar por los diferentes rincones de la duna. Prometiéndonos aprender a surfear las olas y a practicar más con ellas y nuestras embarcaciones.
Una intensa manta de agua se precipitaba desde el cielo, y ponía punto y final, a nuestra estancia por Santander.

