Por: Carmen Marchena y Curro González, sobreescalada.com

Podrás seguir nuestra aventura en este peculiar viaje que nos llevará a lo largo de 120 kilómetros por el río Duero, en donde combinaremos la escalada de alguna de las sorprendentes paredes que forman los Arribes, y la navegación con nuestros Packraft.

Día 0. Él se fue a Groenlandia y yo me quedé aquí sufriendo.

Nos queríamos marchar lejos, allá donde nos pedía el cuerpo. Pero de nuevo un invisible muro nos detenía el paso (esta vez compuesto de incertidumbre y desidia), y aunque el instinto de marchar era muy fuerte, no era el momento.

Nos centramos pues en lo cercano, agudizamos el ingenio e inventamos un camino que acallase el instinto de soledad y contacto con lo natural que necesitamos algunos seres vivos, alejados de personas y de lugares frecuentados.

Así nació este sencillo recorrido, un natural camino de agua que une a lo largo de su recorrido, tres grandes zonas de escalada.

Mapa del recorrido

No es Groenlandia, pero nos ayudará en la espera.

Día 1. El vuelo de mi vida.

Por poco se va al traste el inicio de este viaje; hace ya mucho tiempo un compañero me lo advertía: «Antes de un viaje largo es mejor no hacer actividad, por lo que pueda pasar», pero esto Oli no lo sabía.

Así que la aguerrida escaladora, aficionada a Patones, se fue a darlo todo en una vía de escalada que le rondaba. Tal fue su ahínco en encadenarla, que ascendió sin miramientos hasta que la ley de la gravedad la hizo descender hasta casi su punto de inicio, un susto que pudo terminar mal.

En Muelas de Pan
Repasando la ruta

Pese a todo aquí estamos, a las puertas del inicio de nuestra actividad, ansiosos de que esto comience.

Día 2. En busca del Dorado.

La aventura ha comenzado de la mejor manera, disfrutando de unas bonitas escaladas en un entorno privilegiado.

Pese a todo pronóstico el día amaneció frío y poco agradable, incluso el sol reconfortaba, algo impensable después de las calurosas vivencias de las últimas jornadas.

Olí en el L2 de Maya
Oteando el descenso a las vías de escalada con el río Esla al fondo

El Dorado es una sorprendente zona de escalada a orillas del río Esla, sin duda un referente de la escalada en la Provincia de Zamora, gracias al gran trabajo de los aperturistas y a la calidad de alguna de sus rutas.

En nuestra breve estancia escalamos «La senda del Alien 6c» y «Maya 6b+», muy buenas y variadas rutas de largos de autoprotección.

Oli haciendo uno de sus primeros largos de autoprotección, una bonita fisura que daba fin a la vía (V+).

Quedaron muchas por hacer, una excusa perfecta para repetir la visita.

Día 3. La jayway.

Nuestros primeros kilómetros de navegación no eran en el Duero propiamente dicho, aprovechamos nuestra estancia a orillas del río Esla, para usarlo como medio hasta llegar a la auténtica «autopista» (el río Duero).

El embarque no fue precisamente sencillo, nos separaba de la orilla más de un kilómetro de distancia de campo a través y gran desnivel, un terreno complicado con todo el material de la travesía a la espalda.

Las pistas de tierra que nos acercan al río

Pero eso no era todo, una gran muralla de zarzas protegían las tan deseadas aguas (estas se extendían a lo largo de toda la orilla del río que éramos capaces de otear) y casi pudieron con nosotros. Hasta que cansados de buscar infructuosamente una entrada lógica, nos lanzamos a las zarzas parapetados con el petate de bigwall, en plan kamikaze.

Tardamos un poco, pero el túnel estaba hecho.

El túnel de las zarzas

El río Esla desemboca en el Duero en un espectáculo natural, como pasa en muchos otros casos, el primero lleva más caudal que el considerado principal (pese a encontrarse el embalse de Ricobayo totalmente seco).

Desde este punto el agua se torna totalmente plana hasta llegar a las orillas del embalse de Villalcampo, embalse que deberemos sortear para continuar con el descenso.

Tras sortear el embalse de Villalcampo

El Duero continúa su descenso realizando diferentes cambios de orientación, esculpiendo grandes herraduras en el terreno y dejando los primeros tramos encañonados de los Arribes del Duero.

El paisaje cambia drásticamente y la soledad del lugar amplifica las sensaciones, de tanto en tanto encontramos parajes paradisíacos. Navegamos acompañados de numerosas rapaces como los buitres leonados, las águilas reales, los alimoches, además de numerosas garzas reales, cormoranes y una especie que en un principio nos costó identificar, pero que finalmente resultó ser junto con los alimoches y el águila real, la estrella de los Arribes, se trataba nada más y nada menos que de la tímida y difícil de ver «Cigüeña negra», la cual nos hizo sonreír ampliamente y nos llenó de satisfacción. Todas estas aves nos acompañarían durante el resto de nuestra travesía.

Una parada en el camino
Llegando a Puente Pino o Requejo

Ya al tardecer, después de muchos kilómetros río abajo, dimos por concluida la jornada para cobijarnos y dormir en un paraje con encanto. Allí preparamos unos deliciosos manjares a modo de festejo por nuestras bonitas y costosas jornadas y nos dispusimos a descansar en la noche de aguas dulces. Pero la divertida fauna nocturna no tardó en hacer su aparición dificultando el ansiado descanso para la jornada siguiente. Se trataba de un gran festín de nutrias que se habían acercado a la playa para disfrutar de un rico manjar: los pobres cangrejos de río. Entre risas y jolgorios no tuvieron a bien pararse en toda la noche. Tentación tuvimos de acercarnos para disfrutar de su fiesta, pero no quisimos molestar, ni romper el encanto, así que nos quedamos escuchando los juegos, saltos, sonidos y disfrute de estos bellos mustélidos acuáticos durante toda la noche.

Al amanecer, la playa simulaba el paisaje de un fin de fiesta humanoide cualquiera, los restos de los cangrejos y otros seres esparcidos en la arena, sólo faltaban las nutrias esparcidas durmiendo «la mona».

Llegar a playa desde nuestra humilde morada, rondaban los cuatro metros, durante los cuales pudimos ver un enorme sapo que nos dio los buenos días, así como la compañía de otro simpático mustélido «el visón».

Al embarcar y durante la siguiente jornada, pudimos ver también como las madres jabalinas traían a sus «rayuelos» o jabatos a beber a orillas del río. Como podréis ver, la fauna ibérica estaba presente todo el tiempo para amenizar nuestro descenso…lo cual una vez más, habiendo crecido con la pasión de los episodios de la Fauna Ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente, nos llenaba de satisfacción.

Día 4. Café os amigos .

De todas los muros que literalmente atrapan las aguas del Duero, el embalse de Castro es sin duda la prueba más difícil de superar.

Tras navegar poco más de cuatro kilómetros desde nuestro embarque, encontramos las primeras advertencias y prohibiciones y esto tal vez sea lo de menos, ya que los imponentes cortados además de las pendientes abruptas y salvajes custodian un eventual desembarque.

Un descanso en la subida

Justo en el límite de navegación, encontramos una posible alternativa y no dudamos en aprovecharla. Un desembarco entre piedras y una salvaje ladera nos dejan en lo que parece una cantera, pero pese a la alegría inicial de haber sorteado la vegetación pinchuda y la pendiente, sin saberlo, desde allí aún nos esperaban10 kilómetros al sol por caminos y carreteras hasta cruzar la frontera a Portugal.

Estamos literalmente rotos, deshidratados, hasta que encontramos un oasis en forma de bar. Un bar de esos de pueblo, donde están los de siempre, a la hora de siempre, y en esta ocasión, dos extraños.

Buscando un camino

Pronto empezamos a hablar con los lugareños, a integrarnos diría yo, los botellines se van apilando en la mesa y todo se torna agradable.

Tras una larga estancia era hora de proseguir, sin un destino muy claro (si superar la presa era difícil, no os imagináis lo que era volver al río). Cuando todo parecía perdido, entre la frondosa vegetación y una vertiginosa pendiente, encontramos un paso hacia el agua.

El día tocaba su fin, mañana continuaremos por el Duero.

Día 5, Turbinando.

Un extraño sonido metálico irrumpe el silencio justo antes del amanecer, no es un sonido reconocible de primeras, después de hacer un repaso mental de lo que pudiera ser su origen, no podemos registrarlo como algo aparentemente familiar.

Tras la zona de rápidos

Tanto Oli como yo aún nos resistimos a despertar totalmente, pese a encontrarnos sorprendentemente descansados y recuperados (el poder de la cerveza), así alargamos unos minutos más nuestra respuesta al sonido del despertador que nos tiene ya confundidos con tantos cambios de hora en tan poco tiempo (hay que recordar que el Duero hace frontera entre España y Portugal, y esto vuelve locos a los móviles).

Gracias a una prospección en las últimas horas del día anterior, ya estamos en previo aviso de lo que nos espera hasta el cauce del río, así que nos armamos de paciencia y valor y encaramos la pendiente.

En la zona encañonada llegando a Miranda do Douro

No sé si ya estamos medio acostumbrados al terreno y al incómodo y voluminoso material que transportamos, pero la bajada no se hizo tan mala.

Al llegar al cauce del Duero encontramos una incómoda sorpresa, la presa de Castro no nos lo iba a poner nada fácil para continuar, se despedía de nosotros con una macabra suelta de agua, finalmente descubrimos el origen de aquel extraño sonido al amanecer tipo «La guerra de los mundos», no era más que la presa «turbinando» el agua que nos iba a dificultar el embarque con algunos rápidos que imponían bastante para nuestros Packrafts.

El cauce del río ascendía por momentos y la lámina de agua cada vez se aceleraba más al paso por los estrechamientos, los grandes remolinos acechaban en el interior.

Pese a todo ello y algún que otro miedo en el cuerpo por parte de Oli (iban a ser sus primeros rápidos en el barquito de plástico), cargamos nuestros Packrafts y nos lanzamos al agua, al principio acongojados, pero más tarde agradecidos por nuestros 8 km/h.

Descansando en el embarcadero de Miranda do Douro. Prueba de los primeros rápidos en Packraft superada.

Esta parte del Duero es espectacular, grandes cañones rocosos se alzan en el estrecho cauce del río y son protagonistas durante los casi 13 km de recorrido hasta Miranda do Douro.

Cruceiro «ambiental» que recorre este pequeño tramo del río Duero con salida en Miranda do Douro.

El desembarque en esta localidad es totalmente opuesta a lo que nos habíamos acostumbrado en días anteriores, se realiza en un pantalán público con todas las comodidades, algo que agradecemos enormemente a estas alturas. Este pantalán junto con otro más comercial, sirve de acceso al Crucero fluvial que recorre un pequeño tramo del río para mostrar su enorme belleza a los pasajeros.

Ahora ya tocaba descansar y buscar un buen lugar en donde comer Bacalao portugués.

Día 6. Ese lugar llamado Fariza.

Los siguientes kilómetros del río Duero que comprenden las aguas del embalse de Picote, son las únicas que tienen restricciones de navegación todo el año, así que la bucólica imagen del desembarco a pie de vía con las paredes al fondo es imposible.

El Picón de la Rueca desde los rapeles
Después de la tortuosa búsqueda de los rápeles por fin hay color….

A cambio, tenemos una tortuosa y agónica aproximación por carreteras y caminos hasta la localidad de Fariza, lugar en donde se encuentra el acceso más «cómodo» para las paredes. Eso, o planearlo de otra manera…

La escalada en la Falla de Fariza es para auténticos «pata negra», aquí no hay ostias, es para no pensárselo ni un minuto y rapelar rápido. Si existen un mínimo atisbo de duda, hasta el más ávido escalador de musgo, se rajará.

El lugar es espectacular, salvaje y solitario… Si es que se puede recomendar alguna ruta, escalaría la Directa y saldría como pudiera por el diedro de la clásica (mucho ojo con todo).

Íbamos a escalar en el Picón de la Rueca, pero con el calor y el cansancio, se nos quitaron las ganas (el risco se ve espectacular desde arriba).

Día 7. Contra viento y marea.

Para poder continuar con el descenso del río Duero nos tenemos que trasladar a la localidad portuguesa de Picote, desde aquí desciende una pista de tierra hasta uno de los embarques más bonitos que hemos tenido hasta ahora.

Herradura del río Duero cerca de la localidad de Picote

El lugar invita a no abandonarlo, fresca sombra, lugares acondicionados para comer y una pequeña playa con vistas espectaculares.

Pese a todo partimos. En los primeros 10 kilómetros el río se muestra de nuevo muy salvaje, con grandes e inaccesibles cañones rocosos, una tónica a la que nos estamos mal acostumbrando.

Antes de que el río de transforme en embalse

Pero tras éstos, el cauce se empieza a ensanchar cada vez más, hasta tal punto que las aguas y el paisaje recuerdan a embalses conocidos de Madrid, las embarcaciones de recreo rompen con el silencio de aguas arriba y el fuerte viento hacen agónico el paleo.

Es quizás la parte más fea y aburrida en la que hemos navegado, el embalse de Bemposta.

Día 8. Olivos, almendros y naranjos.

El río Tormes, tras ser retenido enormemente en el embalse de Almendra, muere en el Duero. Es justo en este lugar en donde vamos a continuar el recorrido, en el conocido paraje de Ambasaguas.

A escasos metros de los muros de la presa de Bemposta, lugar en donde terminamos ayer, empezamos el descenso con una fuerte corriente. No es debido al turbinaje de la presa (pese a oscilar el nivel del agua varios metros de un día a otro), sino al aporte de agua fría del ya mencionado río Tormes, lo que aprovechamos para aumentar notablemente nuestra velocidad de crucero ya que, el Packraft tiene de positivo ser una embarcación sumamente ancha y estable, pero por contra, esto hace que sea sumamente lento en comparación por ejemplo con una piragua de río o un kayak de mar. Todo viento de popa y corriente río abajo es siempre bienvenida. Sin embargo un viento o corriente en contra puede mermar nuestra velocidad media de 2 a 4 Km/h. Para que os hagáis una idea, con una lámina de agua plana, podemos navegar con los barquitos de plástico a una media de 4.5 km/h, con corriente a favor entre 6 y 10K/h (todo depende de la fuerza del agua o del viento) y cuando tenemos la mala suerte del viento en contra bajamos a 1.2 o 2Km/h, amén del dolor de brazos.

En dos ocasiones el Tormes vierte sus aguas al Duero, la primera de ellas con su cauce natural y la segunda (5 km aguas abajo), por el desagüe de la presa de Almendra. El río Tormes hace que la temperatura del agua de un cambio brusco durante toda la jornada, tornándose helada, cosa que agradecemos después de navegar los días anteriores con agua muy «caldosa». También su color ha variado desde un verde fosforito debido al alto contenido en cianobacterias, hasta un negro abisal en la jornada actual.

Verdosas aguas cianobacterianas

Así que el tramo de hoy sigue la tónica del paisaje encañonado de estos días, en algunos lugares el cauce tan solo tiene unos pocos metros de ancho, otros, sin embargo, se abre en pronunciadas laderas. Es en estas laderas escarpadas es en donde observamos peculiares y sorprendentes terrazas que durante cientos de años han servido para cultivar olivos, almendros e incluso naranjos.

Muchos de ellos se encuentran en total desuso, son vestigios romanos, pero otros pocos aún se cultivan.

A mitad de camino encontramos otra maravilla natural, una más que guarda los Arribes, la desembocadura del río Uces y su famosa cascada de agua conocida como el Pozo de los Humos (a estas alturas del año muy mermada).

Poco a poco vamos avanzando y acercándonos a los últimos kilómetros de nuestro viaje, a tan sólo 10 kilómetros del final, decidimos desembarcar en la Playa del Rostro, y disfrutar del entorno y un merecido descanso.

El final se acerca, pronto llegaremos al Picón de Felipe.

El río Tormes antes de su desembocadura donde comenzamos nuestra jornada del día de hoy.

Día 9. Corazón de Arribes

La primera vez que ví una fotografía de las inmediaciones de la presa de Aldeadávila me quedé boquiabierto, me impactó mucho ver aquellas paredes desafiantes de colores característicos, bañadas por las aguas del río Duero. Pero quizás lo que más me sorprendió, es que existiera en España un lugar similar y que nunca antes hubiera tenido constancia de ello.

Ha tenido que pasar mucho tiempo hasta que por fin pudiera escalar en alguna de estas paredes, la época para escalar es muy corta, hay que pedir permiso expreso para ello y sobre todo, se me metió en la cabeza la posibilidad de poder enlazarla con sus vecinas paredes en un loco descenso por el río Duero.


Vistas desde el mirador del Picón Felipe

Por mucho tiempo estuve tramando este plan, primero intentando «liar» a algún amigo, más tarde mentalizándome para realizarlo en solitario y por fin (después de algunos años), tuve la suerte de poder disfrutarlo con mi compañera, Oli, aunque ella tenía serias dudas para «embarcarse» en semejante aventura.

En el día de hoy despertamos bastante más temprano de lo habitual, la noche había sido especialmente mala, pasamos un sorprendente calor y fuimos acribillados literalmente por una invasión de mosquitos. El cansancio se empieza a notar intensamente, nos armamos de valor y fuerza, y acometemos en penumbras los preparativos para lo que sería nuestro último y duro día de travesía. Nos esperaban los 10 kilómetros hasta nuestra ansiada pared por la cual íbamos a escalar y salir con todo lo puesto, izando el material con el petate de bigwall.

La mañana era fresca, corría una fuerte brisa para el lado bueno y una corriente nos acercaba rápidamente a nuestro objetivo. Recorrimos la distancia que nos separaba desde nuestro embarque (en la Playa del Rostro), hasta la denominada Playa Náufrago, un lugar habilitado por escaladores en la base del Picón de Felipe, en un tiempo récord, apenas unas dos horas de navegación.

Navegando hacia Playa Náufrago

Las paredes son espectaculares, las formaciones rocosas son caprichosas en relieves, colores, fauna y flora. Un intenso y exuberante liquen adorna todas las paredes, y la soledad del paraje es abrumadora. Esta soledad es interrumpida en tanto en tanto por algún turista desconsiderado, al bramar desde los miradores ubicados en las cumbres de los Picones, o por el barco de turistas (su nombre es Corazón de Arribes) que dos veces al día navega por las aguas del Duero para mostrar su grandiosidad. De la ruptura del silencio, los más respetuosos son los vuelos de los buitres y sus gorgojeos o graznidos.

Comenzamos la escalada de la ruta elegida al amparo de la sombra que los grandes farallones de roca nos aportaban, a sabiendas de que cuando el brillante astro apareciera, la situación se transformaría de tórrida a muy muy tórrida.

Elegimos escalar el Picón Felipe, por su cómodo acceso y modestas longitudes. La ruta elegida fue «Amor de Padre 200 m 7a», una ruta abierta desde arriba, con algunos seguros en los largos y reuniones rapelables, algo que nos daría bastante juego al tener que izar todo el material.

El estado de la ruta es aceptable, sin duda la suciedad abunda y algunos largos hay que currárselo, pero es lo que hay amigos. Es una zona olvidada y salvaje, aventura en estado puro, vías limpias y trilladas hay muchas.

En el primer largo de «Amor de Padre»
Superando el L3 de «Amor de Padre»

Cuando el sol apareció, la estancia en la pared se hizo agónica, estábamos a unos 3000ºC, más aún arrastrando el material por las canales y zonas tumbadas. En ese momento había que tomar una decisión, o bien continuábamos con los 3000ºC poniendo en peligro nuestra existencia, o bien rapelaríamos la ruta y regresaríamos con nuestros Packraft al punto de salida de la mañana, de esa manera esperaríamos a que el calor cesara al amparo de la buena sombra y los baños refrescantes en la ya mencionada playa de los náufragos. Sabiamente, aunque nos costó tomar la decisión, optamos por la segunda opción a pesar de que estábamos viendo los 10km de vuelta con la corriente en contra, sin embargo, al descender y después de descansar e hidratarnos, las aguas fueron espléndidamente benévolas ya que la corriente cesó por completo, lo cual nos hizo regresar en 2 horas menos de lo esperado con la corriente en contra.

Así que la travesía no pudo tener mejor final, navegamos en una lámina de agua totalmente plana que reflejaba como si de un espejo se tratara, los colores y las luces del atardecer.

The End.

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