Por: Curro González, sobreescalada.com
La primera vez que estuve en el río Lozoya tenía unos 12 años, mi Madre me había apuntado a un campamento de verano en donde se practicaba durante la quincena que duraba, piragüismo. Esto podría haber sido el sueño de cualquier chaval, pero para mi suponía una fuente de estrés importante, ya que no sabía nadar.
La principal intención por parte de mi Madre (inocente de ella) era que aprendiera durante el campamento a desplazarme por el medio líquido sin ahogarme. Algo que evidentemente no conseguí (bendito chaleco salvavidas), pero por contra, en mi interior se avivó aún más el disfrute en el medio natural y el interés por el piragüismo. Un hecho que años más tarde derivó por el interés en el Kayak y el Packraft.


Como dato curioso, guardo el recuerdo de atravesar la A-1 camino a Buitrago de Lozoya desde el campamento, aún en construcción. Y como la antigua N-I atravesaba esta localidad, la hacía un lugar ruidoso y peligroso, sobre todo si te disponías a atravesarla para llegar a la tienda de «chuches».
Este mismo «ladrillo» le contaba hoy a H camino al punto de partida de la actividad que íbamos a desarrollar. Un parking ubicado estratégicamente en el interior de Buitrago de Lozoya, que nos facilitaría la aproximación al lugar elegido para el embarco en el río Lozoya.
Siempre he tenido muchísima curiosidad por navegar por este tramo del río Lozoya que bordea sinuosamente esta amurallada localidad en forma de herradura. Pero nunca había sacado tiempo para ello hasta el día de hoy, en el cual junto a H, pude disfrutar de una espectacular ruta.
Para no complicar mucho la logística, dejaríamos la furgoneta aparcada en Buitrago de Lozoya, andaríamos hasta el lugar elegido para embarcar, navegaríamos y haríamos el retorno a pie hasta llegar de nuevo al coche.


Los primeros cientos de metros el río Lozoya tiene poco calado y en algún tramo hay que hacer malabares para no quedarse encallado. Pero poco a poco nos adentramos en el embalse de Puentes Viejas y la profundidad del agua se hace mucho más acusada.
El comienzo no puede ser más espectacular, atravesamos tres puentes que parecen menguar a medida que te deslizas por las aguas del río. El primero de ellos el puente de la A-1, el segundo la antigua N-I y por último, un pequeño puente a medio cubrir por el que transita una carretera local.
Poco a poco te vas adentrando en el zigzagueante río que se encajona entre pequeñas paredes rocosas y la muralla tan características de este antiguo recinto.


Es sorprendente la soledad del lugar, evidentemente evitando los festivos y meses de verano. El salvaje paisaje rodea el embalse de Puentes Viejas, un frondoso pinar que adorna la ondulada morfología del terreno.
Tras «bichear» un poco en Google Earth (mi padre nuestro de cada día), visualicé un buen lugar para desembarcar y comenzar el regreso a la furgoneta por un cómodo camino que bordea las orillas del embalse por el cual hemos navegado.


Una divertida actividad que me ha permitido por fin navegar por las orillas de Buitrago de Lozoya, pero sobre todo me ha dado la oportunidad de disfrutar un buen día en el monte con H e ir ultimando el Packraft para «empresas mayores».
