Seiland es una de las islas más grandes de Noruega, prácticamente virgen, permanece casi inexplorada y visitada. Casi todos sus habitantes, unas 200 personas aproximadamente, son samis que mantienen intactas sus costumbres ligadas al mar y a la cría de renos.

Pero lo realmente impresionante de Seiland son los paisajes, que no dejan de sorprenderte. Extensos fiordos, abruptas montañas e incluso dos pequeños glaciares forman parte de este salvaje lugar que no te dejará indiferente.

Nuestra intención era atravesar de Sur a Norte esta isla, navegando con nuestros packraft los fiordos y lagos a nuestro paso e intentar escalar alguna de las numerosas agujas rocosas ubicadas en su interior y que permanecen aún vírgenes.
Seiland, primera entrada en el blog.

DÍA 1 EL COMIENZO
Supongo, que como en muchas otras ocasiones, comenzamos nuestra estancia en Seiland tras unos días estresantes de preparativos y traslados.
Las diferentes combinaciones de coches y barcos nos depositan finalmente a horas tempranas en el puerto de la localidad de Altneset, en el sur de la isla.
El día era ventoso, muy cubierto de espesas y oscuras nubes, y a tiempos, lluvioso.
Este hecho y las horas tempranas en las que nos encontrábamos, nos dio el pretexto para realizar al cobijo de un buen techado, un discernido y esperado desayuno a base de café y pan de pita con mermelada y mantequilla. Menú que seguiríamos a raja tabla en cada despertar a lo largo de nuestro viaje.


Saboreando semejante manjar por fin pudimos empaparnos del lugar, de sus paisajes, sus colores y sus olores.
Y sí, parecía Groenlandia. Verdes montañas de vegetación apretada en las abruptas laderas, grandes fiordos de agua tranquila, pequeñas casas coloridas salpicando los núcleos habitados y soledad. Pero nos faltaba algo, nos faltaba el intenso olor que el mar emana en aquellas tierras. Ese olor que te invade y te llega a lo más hondo.
Con la inquietud y la excitación que nos producía el poder probar por fin el packraft en aguas Noruegas, empezamos la marcha hacia la zona en donde íbamos a embarcar. Anduvimos algo más de lo previsto, ya que consideramos que al otro lado del cabo tendríamos el arropo de las fuertes ráfagas de viento que había en ocasiones. Así que cargados de nuestras pesadas mochilas, calculamos unos 30 kilos por persona, llegamos hasta la orilla del deseado fiordo.

Seguimos a raja tabla las pautas que Hilo Moreno nos había dado, nosotros somos neófitos en el tema del uso del packraft. Y cuando por fin vimos el desconcertante resultado al poner nuestras pesadas cargas en la proa de dicha embarcación, no pudimos más que reír.
La popa del packraft se levantaba medio metro del agua debido al peso amarrado y sólo podíamos esperar que al embarcar en el bote hinchable, éste recupera la horizontal.
Y así fue, una vez en el interior, sólo tuvimos que poner en práctica las ya conocidas técnicas de navegación del Qajaq, en donde tanto Oli como yo teníamos bastante más experiencia. Rápidamente nos percatamos de las limitadas prestaciones que el packraft aporta en aguas abiertas y agitadas por el viento, es una embarcación pensada para descender ríos y atravesar lagos, no para navegar en mar abierto.

Pese a todo es un «invento» de lo más interesante, te permite hacer transiciones del agua a tierra de una forma rápida y es un desahogo para nuestras doloridas espaldas el poder transportar de una forma cómoda el material de nuestras mochilas.
Poco a poco el día fue mejorando, al menos no llovía y las espesas nubes bajas se fueron instalando alrededor de las grandes montañas, lugar que no abandonaron durante todos los días de nuestra estancia en Seiland, a excepción de uno.





En ocasiones decidimos esperar en tierra a que las rachas de viento amainaran y a que las aguas embravecidas se calmasen, ya que era una lucha contra los elementos destinada a la derrota y el esfuerzo dedicado al avance, no daba sus frutos. Pero poco a poco fuimos ganando metros al fiordo, en unas largas horas conseguimos poner pie en donde el agua terminaba y empezaba el empinado y duro ascenso por tierra.

DÍA 2 EL COLLADO
El día siguiente amaneció muy encapotado y húmedo, poco a poco nos fuimos acostumbrado a este estado y fue algo común durante todo el viaje, pero al cabo de las horas el sol se abrió hueco y nos dejó a la vista intensos colores cian en el cielo.
Un largo y tranquilo desayuno fue el inicio para empezar a empacar todo nuestro material, y por fin vernos la cara con las fuertes pendientes que ascendían a la parte superior de la montaña. Un pronunciado Collado que daba acceso a la vertiente norte de la isla y que nos facilitaría no sólo el camino a un sistema de lagos que conducían al fiordo de salida al norte, si no que nos daría por fin la tan deseada visión de las agujas rocosas que habíamos ido a ver.


Poco a poco fuimos ganando altura por la pronunciada pendiente y poco a poco fuimos aprovechando un sinuoso camino de Renos que ascendía inteligentemente hasta lo alto del Collado. También, poco a poco el peso de nuestras mochilas iba pasando factura a cada movimiento.
La espesa vegetación daba paso a los grandes bloques de piedra y a medida que seguíamos el ascenso, éstos se escondían bajo un espeso y frío manto blanco. Las vistas hacia ambos valles era espectacular y al poco tiempo de terminara el ascenso decidimos instalar nuestro campamento, ubicado ya en la otra vertiente.


El tiempo fue mejorando hasta que el cielo quedó limpio de nubes, indicativo inequívoco de que el día siguiente iba a ser de bonanza meteorológica, así que aprovechamos para descansar e inspeccionar el acceso a una pared rocosa que atrajo nuestra atención.
Sin duda alguna, mañana intentaríamos escalar y abrir una nueva ruta.

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