

Por: Curro González, sobreescalada.com
El atardecer desciende sobre la muralla de hielo y roca del Everest, y el mundo parece quedarse sin aliento mientras el cielo se tiñe de rojos y naranja pálido.
Desde este vivac remoto, el frío se cuela hasta los huesos y cada aliento trae un susurro de nieve comprimida, un murmullo antiguo que sólo la montaña sabe pronunciar. Las sombras se alargan sobre las lomas heladas, y la cumbre, reacia y distante, brilla como una vela de promesas suspendida en un océano de silencio.
A lo lejos, la cascada de hielo se mece en lenta cadencia, una espalda de cristal que respira con el latido del planeta. El color del cielo, casi líquido, parece fundirse con las grietas y las escamas azules de la pared eterna.
El aire tiene un gusto profundo y frío, como acero pulido por la lluvia: limpio, casi mineral, con un toque de incienso que despierta la garganta. Cada bocanada se siente nítidamente: el aire, tan ligero que parece no sostener nada, y a la vez tan denso que te mantiene en este instante suspendido.
La última luz se posa sobre la cresta y, por un instante, todo parece estar en su sitio: el niño que soñó, el alpinista que intenta, y el mundo que continúa girando, inmóvil y atento.
Después de la retirada del Tengkang Poche, decidimos pasar unos días en Namche Bazar, descansar, visitar el monasterio de Thyangboche y, por supuesto, escalar.
Alpinismo en el Himalaya: Tengkang Poche, la montaña olvidada.
Por: Curro González, sobreescalada.com Lo bueno de ser siempre el benjamín es que a lo largo de tu vida tienes muchos maestros. De lo bueno y de lo malo, pues ya se…
Leer másLa idea de escalar la cascada de hielo de Namche Bazar me produce escalofríos, no por su dificultad, sino por ver realizado un sueño que tenía desde niño.

Miguel A. Vidal y Óscar Morales escalaron esta mítica cascada hace 30 años; por entonces era la tercera o cuarta repetición (nuestra escalada resultaría la segunda repetición nacional); ahora no es que sea muy repetida, pero al menos es conocida.
Lo que sí os puedo decir es que debe ser una de las cascadas más hermosas y grandes del mundo; fue abierta por Catherine Destivelle y Eric Decamp en diciembre de 1993.


Al alcanzarlo, me detengo un instante para mirar hacia atrás. La escalada, llena de dudas y pequeñas victorias, se despliega como un libro que por fin alcanza su última página.
La memoria infantil, con su mezcla de curiosidad y fe ingenua, se asoma y pregunta qué significa realmente haberlo logrado.
La sensación es suave, más bien como una pausa en el tiempo, una respiración profunda que libera el peso de años de sueños.
Comprender que aquello que parecía imposible no era un destino ajeno, sino una promesa que la constancia hizo posible.
Los habitantes de Namche Bazar dicen que cuando, a finales de marzo, la cascada empieza a caer, es tiempo de la siembra de patatas. Nosotros no vamos a esperar que se venga abajo, y mientras comemos unas sabrosas patatas cocidas, observamos esta gigantesca línea de hielo.
La cascada de Namche Bazar no se parece a las grandes cascadas de Canadá, ni siquiera a la Polar Circus; el silencio, la paz que te envuelve en estas montañas, hacen de este lugar un sitio mágico.
La aproximación se realiza desde el torrente que nace en la parte baja del pueblo, por el margen derecho y siguiendo un tortuoso sendero de leñadores que nos deposita en el fondo del valle del río Bhote Koshi. Generalmente, para cruzar este río usamos los precarios puentes de los leñadores.
La localización es fácil, la primera torrentera que encontramos a nuestra izquierda. Hay que ascender por ella durante 1 hora más o menos hasta un bloque empotrado de unos 10 metros, 70º. Una vez superado este bloque, un largo de 80 metros, máximo 75º, hasta el pie de la cascada.
Decidimos atacar estirando las cuerdas a tope; todos los largos son de 60 metros, siguiendo la lógica de la vía, pues las opciones del itinerario son varias y de distinta dificultad.
En tres largos de cuerda, máximo 85º, llegamos a un gran bloque; este lugar desde Namche se veía escaso, incluso no sabíamos a ciencia cierta si tenía conexión con la parte superior. Lo encontramos muy delicado; con un hielo quebradizo de estalactitas inconexas, superamos el muro en dos largos, 80º/85º. Continuamos hasta la base de otro muro, 70º/75º, que superamos en otros dos largos más, máximo 80º.


Desde aquí hay una sucesión de rampas, 3 largos máximo 75º, hasta la base del gran muro final; hasta aquí en general encontramos buenos sitios para vivaquear, sobre todo en el margen derecho; algunos de ellos podrían desaparecer bajo la nieve.
No hay que olvidar que este año era muy seco y no había nada de nieve en el recorrido. Nosotros montamos el vivac en una buena repisa herbosa, y pasamos una “calurosa” noche con una idea en la cabeza: esta cascada sale en el día…

La primera reunión del muro final se monta en una gran cueva, buen sitio para vivaquear cuando esté todo nevado, para ascender por una rampa que se va empinando 85º/90º. Los dos últimos largos son espectaculares y difíciles, con largas secciones de 90º y formaciones muy técnicas.
El olor a incienso que te envuelve en los dos últimos largos es algo mágico; se mezcla con las sensaciones, con el lugar, con el paisaje y estalla en un grito de alegría cuando superas el último resalte y comprendes que has terminado.
El descenso es complicado, sobre todo cuando la nieve cubre el lugar. Hay que continuar por el margen derecho del arroyo helado durante 15 minutos, entre un bosque tupido de incienso y rododendros.
Lo cruzamos para ir a buscar una pequeña loma boscosa redondeada. Una vez rodeada, encontramos en la base un pequeño pero marcado camino que asciende hasta un collado. Desde este es visible otro valle despejado de árboles, que deberemos bordear hasta la colina de enfrente.
En lo alto de la loma encontramos un gigantesco lodge (en construcción), a 1 hora del final de la cascada. Desde aquí tenemos dos opciones: descender a Jorsale por un peligroso y sinuoso camino o dirigirse por un camino largo, pero fácil de seguir, hacia la aldea de Toc Toc, 1300 metros de desnivel, 3 horas.
A las 22:00 horas del segundo día, terminamos la aventura engullendo platos de arroz y recordando entre risas todos estos días vividos.
Escalada realizada por Guillermo Mateo y Curro González en Enero de 2006.

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