Llevo tiempo intentando escribir el comienzo de esta historia. Y creo que la mejor forma de introducción para este relato, es sin duda, hablar del Pico de la Miel. Mejor dicho, lo que me une a él.
Mi primer encuentro como escalador con esta pared fue hace mucho. Tendría que consultar mi base de datos para cotejar la fecha y vía exacta. Pero prefiero no salir de esta duda, prefiero perderme en los recuerdos.
Con el tiempo he ido escalando todas las vías que se encuentran en el Pico de la Miel, e inmediaciones. Algunas muy repetidas, otras no tanto. Algunas con buenos recuerdos, otras con recuerdos, sin más. Pero no cabe duda que esta montaña ha formado parte de mi aprendizaje como escalador y ha sido el escenario de actividades de inmenso disfrute.

Sin duda, una de las rutas que más he repetido a sido la vía Ezequiel, generalmente con alguna variante, pero siempre con los genuinos largos de entrada y de salida.
De todas las veces que he subido, que como he dicho son unas cuantas, nunca había tomado la ruta de la cueva. Evitando esta, siempre, por la fisura de la vía Emilio que transcurre por su derecha. Hasta que por fin pude ascender íntegramente esta ruta haciendo una actividad muy gratificante para mi.
DE COCHE A COCHE, CORRER Y ESCALAR
Como es normal aparco el coche en el parking de tierra que se encuentra en las cercanías del colegio. Nada más llegar observo que no soy el único en querer escalar hoy el Pico.

Rápidamente, y por la orientación del sol, me doy cuenta que por lo menos compartiremos la base de la pared. No me gusta mucho la idea, pues lo que quiero hacer hoy, me gusta hacerlo en soledad. Sin “espectadores”.
Hoy estoy un poco más nervioso, más inseguro. No se que pasa, debe ser los dos platos de lentejas que me he metido, entre pecho y espalda, hace apenas unas horas.
Una vez más calzo mis pertrechas zapatillas, mis mallas, y a última hora decido colgarme la bolsa de magnesio. Hace un calor sofocante, y sudo solamente con la digestión de semejante “amasijo delicioso” en el estómago.
Preparo el crono y voy para arriba.
En unos instantes saludo a los tres escaladores que se encuentran a pocos metros de mi coche aparcado. Entre murmullos creo escuchar: “ a donde va ese..” (Inevitablemente les tuve que volver a saludar en mi descenso).

No es para menos, supongo que es raro ver a un tío ataviado de prendas de correr, con la bolsa de magnesio colgando, pies de gato en mano, subiendo cuestarracas, con la que está cayendo.
«Primera rampa, que sofoco ! Las lentejas deberían continuar su recorrido descendente normal, no?»
Casi en apnea, asciendo hasta la base del comienzo de la ruta, me salva que se encuentra a la sombra. Con las prisas no he bebido ni un chupito de agua, y tengo la garganta abrasada del calor y la sofocante respiración.
Empiezo la escalada por los conocidísimos primeros largos. En pocos minutos me encuentro en la base de la cueva. La observo y me parece “curiosa”.Roca pulida por el agua, mala visibilidad, y allí, al fondo, una luz.
De repente, un bloque empotrado. Algo más de verticalidad, un clavo. Y la luz cada vez más cerca. Como un parto, salgo al exterior. Me reubico, pues por unos instantes no se en que lugar de la ruta me encuentro.
Continúo por terreno más conocido, o no? Han quitado la pequeña encina del diedro del último largo? Donde esta el bloque que se movía de las fisuras de salida? Lo han tirado !!?
Miro el crono, no me lo creo. Pensé que iba a tardar más en llegar hasta aquí arriba. Esto me anima, a tumba abierta desciendo por el callejón Soyermo.
De tanto en tanto tengo que frenar, pues los saltos cada vez son más grandes, y más imprecisos. Y no quiero terminar rodando entre las piedras.
El esfuerzo es tan grande que las piernas me pesan y a punto estoy de «besar» el suelo cuando estoy por llegar a la pista que llanea bajo las faldas del Pico de la miel.
Y cuando me quiero dar cuenta paro el crono….

CORRIENDO POR EL COLLADO ALFRECHO
Desde hace ya bastantes años la Sierra de la Cabrera ha sido y es, mi pequeño reducto de soledad y sufrimiento. Es en este lugar en donde corro por la montaña y disfruto de mis pequeños recorridos y es cierto que últimamente lo he tenido un poco olvidado, mayoritariamente por el cambio de domicilio, pero siempre me gusta regresar al lugar.
También es un buen lugar para testarme y conocer mi condición física, ya que tengo referencia de todas las actividades que he realizado por la zona.
Una de las actividades que más me gusta es ascender al Pico de la Miel, por cualquier lugar. Estar en su cima es una bocanada de aire fresco, un despertar de los sentidos. Más si cabe, cuando el ascenso ha supuesto un duro reto. Indiferentemente la forma utilizada hasta llegar a su cumbre.
La ruta propuesta es una bonita y elegante manera de llegar hasta su vértice geodésico. Transcurre por el misterioso y marcado collado Alfrecho, en donde aún estoy esperando a que los extraterrestres en algún momento me lleven, y el espectacular cordal de las agujas de la Cabrera.
El inicio de la ruta es como si te hubieran pegado con un mazo, no llevas ni un minuto y ya jadeas. Necesitas un periodo de adaptación y no lo consigues hasta la parte intermedia del recorrido, en donde un falso llano te deja bajar pulsaciones y tomar aliento. Y más te vale que lo hagas, lo que queda después te va a hacer sufrir.

La referencia que tengo yo en el collado es más o menos 19 minutos. Aquí llego con las «patas calentitas«, así que me doy un aire, un pis y para arriba.
El cordal de las Agujas de la Cabrera es simplemente espectacular, no tiene pérdida y transcurre por un sendero totalmente balizado y marcado de PR. Tiene un par de repechos, pero en general te deja correr y recuperarte hasta llegar al ascenso propiamente dicho del Pico.
Aquí deberemos salirnos del PR unos 100 metros hasta alcanzar un pequeño collado en donde parte la subida. Esta no es muy clara, transcurre por placas lisas de granito y grandes bloques. Hay que tener especial cuidado si están húmedas o mojadas, el maravilloso liquen que las adorna resbala como un jabón.
Unos 43′ desde el coche.
Para descender podemos usar cualquiera de las rutas de ascenso, alargando más o menos el horario de nuestra actividad.